Sonetos agradecidos (II)
Es verdad que a tu espíritu altanero
nada le dejó mi fugaz presencia,
que me mirasye toda indiferencia
casi como se mira a un pordiosero.
Es verdad que al instante quedó trunca
La perspectiva azul de aquella tarde
que desde entonces el corazón arde
por esta herida que no cierra nunca.
Mas te doy gratitud como a ninguno
sintiéndote llegue hasta la fortuna
que jamás alcanzara de otro modo,
pues me diste, quizás de tus desdenes,
la clave del más grande de los bienes:
¡ Desde que sé soñar lo tengo todo !
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